El 24 de abril de 1998 Josep Borrell se imponía en un acontecimiento que se denominó la “ rebelión de las bases “ a Joaquín Almunia en las primeras y únicas elecciones primarias que uno de los grandes partidos de esta país ha celebrado para elegir a su candidato a Presidente del Gobierno. No serían las últimas pues luego el PSOE, con más o menos éxito o con más o menos ambición, ha incorporado el sistema de primarias para la elección de sus candidatos. La última vez en las elecciones autonómicas de 2011 donde se celebraron en varias federaciones y en algunos casos con duros enfrentamientos como el que protagonizaron en Madrid Tomás Gómez y Trinidad Jiménez en donde un 81% de la militancia de Madrid participó en la cita electoral. Aunque es cierto que nunca se han vuelto a convocar para elegir al candidato o candidata a Presidente del Gobierno de España. Digo esto pues ahora que hay debate en mi partido sobre la celebración de primarias es necesario recordar que ya son un sistema más o menos consolidado en nuestro partido, y que además son un fenómeno irreversible. Por lo que lecciones en este campo al PSOE pocas. Pero mi reflexión de hoy la quiero centrar en la convivencia o no de separar la votación de Secretario General Federal del partido de la de candidato a la presidencia del Gobierno de España.
Como he dicho, el 24 de abril de 1998 además de la victoria de Borrell sobre Almunia, comenzó un difícil proceso de cohabitación o bicefalia que terminaría poco más de un año después. El 14 de mayo de 1999 Borrell anunciaba su renuncia a la candidatura que los militantes le habían dado en voto secreto y en urna en la primavera anterior. El llamado caso Huguet - Aguiar terminó por hacerle tirar la toalla. Pero la intrahistoria nos dice que aquel año fue un calvario para Borrell. La difícil convivencia de un candidato elegido por sus propios militantes con una ejecutiva y un Secretario General derrotado que controlaba el aparato del partido se hizo insoportable. Posiblemente la falta de una regulación detallada del proceso y del papel del candidato en caso de que no fuera el secretario general lo empeoró. Se improvisó y quizá ese fue una de las causas que hizo la convivencia insoportable. Se creó, sin apoyo estatutario, una “ oficina del candidato “ que dirigía Luis Yañez. Hubo problemas hasta para ubicarle un espacio físico en Ferraz. Aquel se encargó de pactar con el entonces Secretario de Organización Cipriá Ciscar las funciones de uno y de otro. Pero eso en el día a día fue un fracaso. Candidato ganador, con una legitimación interna más potente incluso que el propio Felipe González, y un secretario general perdedor, pero con la legitimidad de un Congreso Federal, chocaban continuamente en los asuntos del día. Borrell denunciaba cada vez con más insistencia las dificultades que el aparato le imponía como candidato. Pero en cierto modo, la falta de cultura de primarias, la coexistencia de dos sistemas de elección distintas. Una para el candidato y otro para el secretario general. Y una estructura orgánica en la que no había cabida para el ganador contribuyeron a que la experiencia no resultara. Borrell dimitió, y el PSOE presentó a un candidato que no le había votado ni su propia militancia. El resultado fue la mayoría absoluta de Aznar.
Esto me lleva a la reflexión de cómo debería hacerse esta vez para que esto no vuelva a ocurrir. Y en mi opinión hay dos alternativas. La primera pasa por que el PSOE regule de una manera detallada el proceso de elección y el papel del candidato ganador. No basta con celebrar las primarias. Hay que adaptar un partido que funciona como un bloque jerárquico a un modelo más abierto y más en red. Esto genera problemas prácticos como el papel del candidato para dirigir la política del partido hasta el proceso electoral, la dirección del Grupo Parlamentario en el Congreso y en el Senado. O como se selecciona el resto de las listas de las distintas circunscripciones que terminarán conformando el grupo parlamentario después de las elecciones. Por citar solo dos aspectos que no son menores.
El segundo, pasaría por algo más simple y más sencillo. No exento de problemas de adaptación del modelo de partido, pero menos que en el caso anterior. Que el secretario general sea elegido en primarias y que automáticamente sea proclamado candidato a la presidencia. Algo que el Congreso de Sevilla no aprobó pero que ahora parece tomar fuerza y que posiblemente se imponga. De este modo se garantiza el objetivo principal que las primarias persiguen que no es otro que darle a las y los militantes la posibilidad de que en voto directo y secreto elijan al candidato y al máximo responsable del partido. Y al tiempo evitar la difícil coexistencia de un candidato que no es el secretario general. Por ello, en pleno debate sobre las primarias, como deben celebrarse y en que momento, mi opinión personal es que será más conveniente la convocatoria de primarias en el que se elija a un nuevo Secretario General, que separar las dos elecciones y colocar a la organización en una situación similar a la vivida por Josep Borrell. Unir así dirección política y cartel electoral.
De aquella experiencia debemos sacar la conclusion de que las primarias que ganó Borrell constityeron un despertar democrático que prendió la ilusión en una militancia que estaba desanimada tras la derrota de Felipe González en 1996. Algo similar a la situación actual tras la derrota de noviembre de 2011. Y que colocó al PSOE en una situación de vanguardia de la regeneración política. Algo que hoy es un clamor. Pero que acabó con un nivel de frustación muy alto, con la ivernacion del proceso hasta ahora, y con una derrota electoral contundente en el año 2000. No cometer el mismo error es una obligación.
De aquella experiencia debemos sacar la conclusion de que las primarias que ganó Borrell constityeron un despertar democrático que prendió la ilusión en una militancia que estaba desanimada tras la derrota de Felipe González en 1996. Algo similar a la situación actual tras la derrota de noviembre de 2011. Y que colocó al PSOE en una situación de vanguardia de la regeneración política. Algo que hoy es un clamor. Pero que acabó con un nivel de frustación muy alto, con la ivernacion del proceso hasta ahora, y con una derrota electoral contundente en el año 2000. No cometer el mismo error es una obligación.